dimecres, 17 de juny del 2015



Las lágrimas frías que escupía con rabia el cielo del norte me apartaron del sueño que rondaba en mi cabeza los últimos cuatro meses. Dentro de una ambulancia, con la mirada perdida y temblando a pesar de las tres mantas que me intentaban detener los temblores, lloraba de impotencia. Sin derramar ninguna lágrima, sin embargo. Después de tres horas y media bajo la lluvia tuve que abandonar el objetivo de este año, la que dicen que es la mejor triatlón del estado: la Zarauzko Triatloia. Hipotermia. Frío, temblores, calambres en las piernas. No controlaba la bici. Desde hacía una hora parecía un pollo descontrolado. Mi cabeza llevaba rato intentando restar los km que me quedaban, pero cuando llevaba 60 y enfocava la parte más dura, la cabeza me abandonó. Adiós. Agur. Paré delante una ambulancia. Quería mear y continuar. Quería entrar en calor pero aquí es acabó todo. Un fin de semana ideal y bien acompañado.
20 km. Sólo me faltaban 20 km para terminar el circuito de bici y llegar a boxes a hacer lo que más me gusta, correr. Pero no fue posible. La lluvia, que tanto me gusta, me apartó de mi objetivo. Me cerró la puerta en las narices. Me dejó temblando de tristeza dentro de una ambulancia. Con Anna habíamos quedado que cuando terminara estaríamos en la primera ambulancia de la zona de meta. Fuera, dijimos y remarcamos, riéndonos. Pero nos encontramos dentro. Con dos enfermeros y una médico. Un destino funesto.
Yo, el hijo de la lluvia (como escribía en uno de los primeros posts de mi blog) abandonaba por no poder controlar mi cuerpo bajo unas gotas frias.

La previa

7 de febrero de 2015. Después de un periodo de reflexión, de una parada técnica del triatlón para descansar mentalmente me encuentraba delante dos ordenadores y un iPad dispuesto a apuntarme a la Zarausko triatloia. La triatlón por excelencia, la madre de las triatlones. La que todo el mundo te dice que se debe hacer una vez en la vida. Gran organización, buena tierra, excelentes paisajes, comida exquisita. Todo a favor. Estos argumentos convencen Anna y nos apuntamos a disfrutar (o sufrir) de un fin de semana de triatlón.
La preparación, pero no fue la mejor, con continuos obstáculos. Un cambio de alimentación por un tema médico dos meses antes de la prueba me hicieron perder unos kilitos y me dejó durante tres semanas sin las fuerzas necesarias para entrenar los volúmenes habituales. Pero me dejaron un cuerpo impecable, sin un gramo de grasa, eso sí. Fiu, fiu…
El último mes y medio había podido hacer más volumen de entrenamiento pero quizás insuficiente para hacer bien una prueba cachondeo de Zarautz. Pero dos semanas antes de la prueba decidí que iría a disfrutar y terminar de la mejor manera posible. Actitud del nuevo MarTRI.

De viaje
El viernes nos fuimos a Zarautz cargados de ilusión y con ciertos nervios. El tiempo amenazaba lluvia para el sábado de 14 a 21 h. Vaya, toda la carrera. Yo soy un enamorado de la lluvia pero en Cataluña estamos acostumbrados al sol. Si llueve no salimos en bici. No somos como los vascos que no tienen más remedio ... Pero a pesar de la amenaza, quería continuar con mi sueño.
Llegamos hacia las 21 h reventado del viaje y de una mañana bien cargado de cosas. Un taper de pasta en la habitación, una sesión de acupuntura de mi amada y a dormir.



El día de la competición
El gran día se despertaba como esperábamos: gris pero sin lluvia. De momento. Empecé a hacer los preparativos (casco, zapatos de bici, zapatillas de correr, la ropa, geles barritas, bidones ... qué movida esto del triatlón) y fuimos a recoger y tatuar el dorsal en el brazo. Sabéis que me encanta que me tatuado verdad?
A las 11 ya teníamos la bici y otros utensilios en boxes y todavía teníamos que esperar tres horas. Hicimos un paseo con Anna, Mónica y David. Me comía el taper de arroz con atún, mientras miraba un cielo con un aspecto triste, a punto de llorar. Le pedía que aguantara un poco, unas horitas. Pero hacia la una del mediodía, cuando hacíamos cola para entrar en el autobús que nos llevaba hacia Getaria empezó a descargar.
Una vez en Getaria todavía nos faltaba una hora larga para tomar la salida. Mientras llovía nos pusimos bajo unos arcos y hablamos con veteranos de la competición que nos regalaban algún consejo.
Hasta que llegó el gran momento. 600 bestias con ganas de competir se echaban al agua del Cantábrico . La temperatura era más alta de lo que me había imaginado. Antes, pero quedaban 2.900 metros entre Getaria y Zarautz. Sólo dos boyas por el camino y el resto debía ser intuición y seguir a los de delante en espera de que fueran suficientemente recto. Me costó coger el ritmo por los golpes que recibí. Pero rápidamente me empecé a sentir bien. Salí del agua en 50 ', mejor de lo que había calculado y por lo poco que he nadado los últimos meses.
Llegar a la playa de Zarautz es algo inexplicable. Una marea de gente (familiares de los competidores y otros que venían a animar) te hacían sentir un pro.


Hice una transición algo lenta y me puse unos manguitos para no tener frío pero ya venía mojado y el cielo seguía a lo suyo, sin tener compasión por nosotros.
Quedaban 81 km no precisamente llanos. La primera vuelta al circuito de 26 km que pasaba por Zumaia y Getaria la disfruté bastante. Por los parajes impresionantes y, sobre todo porque el puerto de Megas iba avanzando corredores, algo extraño en mí el sector de bici. En la bajada pero estos me recuperaban el terreno.
En muchos puntos, a pesar de la lluvia, había gente animando y gritando aupa! Estaba animado y con ganas de continuar. Hacía bromas a la gente que animava. Les pedía un paraguas gigante para detener aquel aguacero. Me ponía bien ante los fotógrafos que me encontraba por el camino.
Pero en la segunda vuelta todo empezó a cambiar. El cielo comenzó a descargar duro sobre mi cuerpo cada vez más deteriorado. Los primeros temblores aparecieron. En las bajadas (que eran relativamente suaves) me costaba controlar la bici. No tenía tacto en los dedos para apretar los frenos y me costaba mucho cambiar de marcha. Pero me resistía a abandonar. Mi cabeza luchaba contra mi cuerpo y le pedía un poco más. Venga, que queda menos km, que ya estás a la mitad. Pero el frío iba calando en mi interior y los temblores eran cada vez más intensos. Empezaba a notar calambres en las piernas. Mala señal tío.
Cada vez iba más lento y los corredores no paraban de adelantarme. Martí noo vas bien. Cuando llegué de nuevo a Zarautz y me dirigía a Aia (al Muro, con subidas hasta el 20% de desnivel) escuché comentarios del público que decían algo tipo "mira pobre como va ..." Ay Martí pero que estás haciendo ?


Me estaba meando y paré a una rotonda donde había una ambulancia. Quería mear y que me taparan un poco para continuar. Pero allí se acabó todo. Adiós al sueño. Agur.
El chico de la ambulancia me dijo que estaba cogiendo una hipotermia. Valoré continuar pero me dijo que me quedaba una bajada rápida y que si en llano no controlaba la bicicleta, bajando me podía meter una buena castaña. Dudé unos momentos. No me gusta abandonar. No lo había hecho nunca por temas físicos (sólo por mecánicos). Las he pasado canutas en las half que he hecho pero nunca para parar. Pero cuando el cuerpo te abandona, te deja tirado, no hay nada que hacer.
Con pena entré en la ambulancia. Estuve una hora larga con tres mantas, calefacción y una chica que para distraerme me enseñaba euskera. La pobre estaba sudando y yo temblando. El mundo al revés. Yo, que tenía que ser un hombre de hierro, no podía controlar los temblores.
Una llamada de la organización a Anna la alertaba: "hemos recogido a su marido en la carretera" carai estos vascos que manera de decir las cosas!
Pues pobre me recogió allí, hecho una piltrafa y muy desanimado. Fui a recoger la bici que estaba en la carpa de llegada. Fui el primero que llegué. Antes incluso que los ganadores.
Jodido como estaba decidí aprovechar toda la comida (que tenía para mí solito) y me zampé lo que quise mientras veía llegar los ganadores. También hacían mala cara ellos!
Después de recoger los trastos fuimos con Anna a hacer una tapa de tortilla y un té caliente para seguir recuperando el cuerpo. Mientras, ella no paraba de animarme. Y yo que le había jodido el fin de semana tan chulo que pintaba (al menos para mí eso sí). Después de una ducha bien caliente y un poco descanso fuimos con David y Mónica a hacer lo que habíamos venido a hacer: zamparnos un buen chuleton a la vasca.


No ha sido mi mejor competición. Me quedé a tan sólo 20 km de mi primera meta. A partir de ahí me faltaban "sólo" 20 más corriendo. A 20 o 40 km de mi sueño. De lo que había preparado durante cuatro meses con ilusión.
Pero la vida continúa y al menos he vuelto a casa sano y salvo y con la estima de todos los que me habéis animado. Tomé la decisión correcta? Seguramente. Volveremos a Zarautz? No lo sé. Ya veremos.


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