dimecres, 24 de setembre del 2014

No hacemos deporte para sufrir sino para disfrutar. No somos profesionales, por lo tanto es mejor enfocarlo con ilusión, sin sufrimiento y disfrutando al máximo de cada momento de felicidad que la actividad deportiva nos regala.

7.30 de la mañana en San Francisco. En una habitación extraña, lejos de casa, los primeros rayos de sol del día se cuelan por unas cortinas que no han sido hechas para tapar demasiado. Hace horas que intento dormir pero sin demasiada suerte. Quizás noto que la ciudad ya se ha puesto en marcha y me fastidia permanecer en la cama sin nada que hacer. El joven paquistaní del Deli de la misma calle que nuestro motel ya hace horas que está vendiendo. Quizás no ha cerrado durante la noche. Quizá no ha pegado los ojos como tampoco lo he hecho yo, que llevo un jet lag de campeonato. Un conductor de autobús de origen latinoamericano para en el cruce con nuestra calle para recoger al personal que, con los ojos todavía reposando, se dirigen a su puesto de trabajo con la intención, no querida, de continuar con su rutina. Yo, en cambio, me dispongo a empezar el cuarto día de mi viaje soñado.


 Hace cuatro días que estamos disfrutando de San Francisco, de sus calles y de la vida que desprende esta bonita ciudad. Ya hace cuatro días que no me calzo las zapatillas y la desazón me empieza a arder por dentro. Y todavía este sentimiento va aumentando si analizo el descontrol alimentario que acumulo.

A mi lado, mi princesa se empieza a despertar. Nos ponemos las mallas y la camiseta, nos calzamos las zapatillas y salimos a la calle dispuestos a respirar aire puro mientras corremos. Dos calles más allá del Motel encontramos un paseo que va bordeando la costa. Es bonito, está arreglado para pasear, ir en bici o pero sobretodo para hacer disfrutar a los runners y en 5 ' la imagen lejana pero impactante del Golden Gate Bridge nos ilumina la vista. El mismo que el día anterior me dejó asombrado ante su majestuosidad. Curioso que un puente de hierro me deje alucinado, pero son cosas que ocurren. Qué placer más inmenso poder empezar el día corriendo con estas vistas, disfrutando del momento y de la gran compañía. Nos hacemos unas fotos de rigor y volvemos hacia el hotel dispuestos a empezar a hacer una gran ruta por el oeste de EEUU. La vista se me dispara ante los baggles, magdalenas y unos señores donuts que entran en mi barriga a mejor ritmo que el que mi cuerpo ha tardado en eliminar las calorías corriendo.

7.15 de la mañana del 7 º día de viaje. Dentro de una tienda de campaña en medio de uno de los grandes bosques de EE.UU la tranquilidad es absoluta. No se escucha nada. Ni rastro de los osos de los que nos han dicho que teníamos que vigilar. Siempre he querido correr por un gran parque natural de EE.UU después de verlos en innumerables ocasiones en la televisión.
Ahora yo estoy allí, en medio del Parque Nacional de Yosemite, con los árboles más altos que he visto nunca, calzado con las zapatillas, improvisando caminos que me llevan hacia parajes desconocidos de una belleza infinita. 

Me encuentro ciervos buscando tranquilamente comida de turistas pordocieros que la tiran al lado de la carretera. También veo ríos de agua cristalina tocados levemente por un sol que está feliz de alumbrar aquella naturaleza sabia y magnífica. Hoy corro solo. No pasa nada.
Disfruto igual y no puedo evitar parar para hacer fotos por el camino que me lleva a ver de lleno el Half Dome, la montaña de granito más conocida de Yosemite. Vuelvo a la tienda con una felicidad extrema que encomiendo a Anna. Me dice que mañana no se lo perderá. Al día siguiente disfrutamos juntos por los mismos parajes, a un ritmo más suave, pero la vida es para disfrutarla no para sufrirla y yo corriendo con ella soy muy feliz.

7 de la mañana del 9 º día del viaje. En una pequeña habitación de un hotel de Lone Pine un servidor hace un par de horas que no puede dormir. Y qué hace? Se calza las zapatillas y sale a la calle. Baja las escaleras de un suelo con la moqueta de color verde. De las paredes también de un papel verde curioso cuelgan cuadros con fotos y caricaturas de John Wayne, también fotos de la famosa diligencia y otros cuadros de actores de western que no tengo el gusto de conocer. El hotel es auténtico, como también lo es el resto de este pueblo pequeño atravesado por una carretera. 100 m en línea recta con tiendas y restaurantes con un toque de western total. Y es que aquí es uno de los lugares donde se ha rodado más westerns de la història. Comienzo a correr sin saber dónde voy.
De repente y sin buscarlo entro de lleno en en la "cinema road". Estoy entrando en los platós naturales de las películas. Montañas rocosas, senderos de arena desértica con matorrales de los que tantas veces hemos visto en las pelis. Y yo estoy corriendo por allí!
El sol empieza a apretar de lo lindo y vuelvo hacia el hotel. Se lo cuento a Anna y al atardecer volvemos juntos a runnear por la misma zona. Enpezamos a correnr cuando está a punto de anochecer. El paisaje es aún más espectacular. La luna que va entrando poco a poco nos saluda y nos llena de una felicidad inmensa mientras vamos trotando y degustando una brisa que se cuela después de un día plenamente caluroso. Nos emocionamos del momento que estamos viviendo y gritamos que conseguiremos todo lo que nos planteamos.


7:05 de la mañana del 13 º día de viaje. Esta vez ponemos el despertador a conciencia. En un hotel de Tusayan, a 4 km del Gran Cañón del Colorado, dos amantes de la naturaleza se calzan las zapatillas y se enfunden en una vestimenta de runner. Estamos en una de las 7 maravillas del mundo, en uno de los escenarios naturales más impresionantes que he visto nunca.
El día antes nos habíamos quedado sin aliento al ver esta fuerza de la naturaleza, primero desde una avioneta, después durante todo el día degustando el paisaje desde diferentes “point of vew”. Ayer descubrimos el sonido del silencio mientras el sol se ponía en este gran escenario natural de vista infinita.
A las 8 de la mañana ya estamos corriendo y fotografiando los caminos de uno de los recorridos que bordean la zona. Hace fresquito, un día feo. Quien se podía imaginar que en el Gran Cañón podría llover? Pues unas horas más tarde lloverá y nos dejará jodidos por no ver el Gran Cañon. Pero nosotros aprovechamos esta bonito despertar de la naturaleza, respirando aire puro.

Correr con Anna por estos parajes es una de las cosas más fuertes que he vivido nunca. Una paz y una felicidad enorme me llenan el estómago.

Durante el resto del viaje volvemos a correr un par de veces. No son en parajes tan espectaculares, pero sí lo hacemos por calles típicas americanos, por aquellas avenidas anchas con su casita, la bandera yanqui en la entrada, con su porche y el balancín. Todo bonito, el sueño americano, vaya.


No hacemos deporte para sufrir sino para disfrutar. No somos profesionales, por lo tanto es mejor enfocarlo con ilusión, sin sufrimiento y disfrutando al máximo de cada momento de felicidad que la actividad deportiva nos regala. Estos días ha sido un regalo continuo. No he corrido demasiado, ni tampoco lo he hecho a ritmos rápidos, pero he disfrutado como nunca. 

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