No hacemos deporte para
sufrir sino para disfrutar. No somos profesionales, por lo tanto es mejor
enfocarlo con ilusión, sin sufrimiento y disfrutando al máximo de cada momento
de felicidad que la actividad deportiva nos regala.
7.30 de la mañana en San
Francisco. En una habitación extraña, lejos de casa, los primeros rayos de sol
del día se cuelan por unas cortinas que no han sido hechas para tapar demasiado.
Hace horas que intento dormir pero sin demasiada suerte. Quizás noto que la
ciudad ya se ha puesto en marcha y me fastidia permanecer en la cama sin nada
que hacer. El joven paquistaní del Deli de la misma calle que nuestro motel ya
hace horas que está vendiendo. Quizás no ha cerrado durante la noche. Quizá no ha pegado
los ojos como tampoco lo he hecho yo, que llevo un jet lag de campeonato. Un conductor
de autobús de origen latinoamericano para en el cruce con nuestra calle para
recoger al personal que, con los ojos todavía reposando, se dirigen a su puesto
de trabajo con la intención, no querida, de continuar con su rutina. Yo, en
cambio, me dispongo a empezar el cuarto día de mi viaje soñado.
Hace cuatro
días que estamos disfrutando de San Francisco, de sus calles y de la vida que
desprende esta bonita ciudad. Ya hace cuatro días que no me calzo las
zapatillas y la desazón me empieza a arder por dentro. Y todavía este
sentimiento va aumentando si analizo el descontrol alimentario que acumulo.
A mi lado, mi princesa se
empieza a despertar. Nos ponemos las mallas y la camiseta, nos calzamos las
zapatillas y salimos a la calle dispuestos a respirar aire puro mientras
corremos. Dos calles más allá del Motel encontramos un paseo que va bordeando la costa. Es bonito, está
arreglado para pasear, ir en bici o pero sobretodo para hacer disfrutar a los
runners y en 5 ' la imagen lejana pero impactante del Golden Gate Bridge nos
ilumina la vista. El
mismo que el día anterior me dejó asombrado ante su majestuosidad. Curioso que
un puente de hierro me deje alucinado, pero son cosas que ocurren. Qué placer
más inmenso poder empezar el día corriendo con estas vistas, disfrutando del
momento y de la gran compañía. Nos hacemos unas fotos de rigor y volvemos hacia
el hotel dispuestos a empezar a hacer una gran ruta por el oeste de EEUU. La
vista se me dispara ante los baggles, magdalenas y unos señores donuts que
entran en mi barriga a mejor ritmo que el que mi cuerpo ha tardado en eliminar
las calorías corriendo.
7.15 de la mañana del 7 º
día de viaje. Dentro de una tienda de campaña en medio de uno de los grandes bosques
de EE.UU la tranquilidad es absoluta. No se escucha nada. Ni rastro de los osos
de los que nos han dicho que teníamos que vigilar. Siempre he querido correr
por un gran parque natural de EE.UU después de verlos en innumerables ocasiones
en la televisión.
Ahora yo estoy allí, en
medio del Parque Nacional de Yosemite, con los árboles más altos que he visto
nunca, calzado con las zapatillas, improvisando caminos que me llevan hacia
parajes desconocidos de una belleza infinita.
Me encuentro ciervos buscando
tranquilamente comida de turistas pordocieros que la tiran al lado de la carretera. También
veo ríos de agua cristalina tocados levemente por un sol que está feliz de
alumbrar aquella naturaleza sabia y magnífica. Hoy corro solo. No pasa nada.
Disfruto igual y no puedo
evitar parar para hacer fotos por el camino que me lleva a ver de lleno el Half
Dome, la montaña de granito más conocida de Yosemite. Vuelvo a la tienda con
una felicidad extrema que encomiendo a Anna. Me dice que mañana no se lo
perderá. Al día siguiente disfrutamos juntos por los mismos parajes, a un ritmo
más suave, pero la vida es para disfrutarla no para sufrirla y yo corriendo con
ella soy muy feliz.
7 de la mañana del 9 º
día del viaje. En una pequeña habitación de un hotel de Lone Pine un servidor
hace un par de horas que no puede dormir. Y qué hace? Se calza las zapatillas y
sale a la calle. Baja
las escaleras de un suelo con la moqueta de color verde. De las paredes también
de un papel verde curioso cuelgan cuadros con fotos y caricaturas de John
Wayne, también fotos de la famosa diligencia y otros cuadros de actores de
western que no tengo el gusto de conocer. El hotel es auténtico, como también
lo es el resto de este pueblo pequeño atravesado por una carretera. 100 m en línea recta con
tiendas y restaurantes con un toque de western total. Y es que aquí es uno de
los lugares donde se ha rodado más westerns de la història. Comienzo
a correr sin saber dónde voy.
De repente y sin buscarlo
entro de lleno en en la "cinema road". Estoy entrando en los platós
naturales de las películas. Montañas rocosas, senderos de arena desértica con
matorrales de los que tantas veces hemos visto en las pelis. Y yo estoy corriendo
por allí!
El sol empieza a apretar de
lo lindo y vuelvo hacia el hotel. Se lo cuento a Anna y al atardecer volvemos
juntos a runnear por la misma zona. Enpezamos a correnr cuando está a punto de
anochecer. El paisaje es aún más espectacular. La luna que va entrando poco a
poco nos saluda y nos llena de una felicidad inmensa mientras vamos trotando y
degustando una brisa que se cuela después de un día plenamente caluroso. Nos
emocionamos del momento que estamos viviendo y gritamos que conseguiremos todo
lo que nos planteamos.
7:05 de la mañana del 13
º día de viaje. Esta vez ponemos el despertador a conciencia. En un hotel de
Tusayan, a 4 km
del Gran Cañón del Colorado, dos amantes de la naturaleza se calzan las
zapatillas y se enfunden en una vestimenta de runner. Estamos en una de las 7
maravillas del mundo, en uno de los escenarios naturales más impresionantes que
he visto nunca.
El día antes nos habíamos
quedado sin aliento al ver esta fuerza de la naturaleza, primero desde una
avioneta, después durante todo el día degustando el paisaje desde diferentes
“point of vew”. Ayer descubrimos el sonido del silencio mientras el sol se
ponía en este gran escenario natural de vista infinita.
A las 8 de la mañana ya
estamos corriendo y fotografiando los caminos de uno de los recorridos que
bordean la zona. Hace
fresquito, un día feo. Quien se podía imaginar que en el Gran Cañón podría
llover? Pues unas horas más tarde lloverá y nos dejará jodidos por no ver el
Gran Cañon. Pero nosotros aprovechamos esta bonito despertar de la naturaleza,
respirando aire puro.
Correr con Anna por estos parajes es una de las cosas más
fuertes que he vivido nunca. Una paz y una felicidad enorme me llenan el
estómago.
Durante el resto del
viaje volvemos a correr un par de veces. No son en parajes tan espectaculares,
pero sí lo hacemos por calles típicas americanos, por aquellas avenidas anchas
con su casita, la bandera yanqui en la entrada, con su porche y el balancín. Todo
bonito, el sueño americano, vaya.
No hacemos deporte para
sufrir sino para disfrutar. No somos profesionales, por lo tanto es mejor
enfocarlo con ilusión, sin sufrimiento y disfrutando al máximo de cada momento
de felicidad que la actividad deportiva nos regala. Estos días ha sido un
regalo continuo. No he corrido demasiado, ni tampoco lo he hecho a ritmos
rápidos, pero he disfrutado como nunca.
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